Este era un emperador que quería con todas sus fuerzas ser mujer. Un deseo que lo obsesionaba desde que era muy joven. Un día, viajó a un reino muy lejano, en donde vivían unos doctores que prometían a cualquier hombre capaz de pagar sus exhorbitantes precios convertirlo en mujer. El emperador se sometió entonces a sus dolorosísimas cirugías y martirios, y quedó convertido en una hermosa mujer, o eso le contaron esos doctores.
Pero el emperador se veía al espejo y no se sentía muy convencido. Los doctores le dijeron:
- Nuestras operaciones son mágicas. Solo funcionan con aquellas personas que son de mente abierta, que son modernas e inteligentes. Ahora usted es una hermosa mujer, y quienes digan lo contrario serán tachados de intolerantes, ignorantes y cerdos sexistas.
Así, el emperador se aseguró de propagar esos detalles en su reino al regresar a él. Se proclamó Emperatriz, se vistió con un bellísimo vestido y organizó un desfile para que toda la gente la viera.
La gente le aclamaba, le llamó "valiente", le llamó "hermosa" y mil cosas más. Nadie quería ser tachado de ignorante o de cerdo sexista.
Un niño que estaba por ahí, vio a la nueva emperatriz pasar en su carro. Ella sonreía de oreja a oreja, y tenía en sus manos un gran ramo de rosas rojas que uno de sus súbditos le había dado. Ella le preguntó al niño si era hermosa. Él niño la miró, y le dijo:
- Te dejaron bien feo.
La gente enmudeció, horrorizada. El niño era obviamente un retrógada sucio machista, un sexista en potencia, producto de una mala crianza.
La emperatriz lo mandó a ejecutar. Pinche niño pasado de verga.