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The Impossible Game es un título simple de scrolling automático y saltos de precisión a través de varios obstáculos que lo asemejan, en buena medida, a un juego de ritmo con un sólo botón. Debido al carácter extremadamente elemental de su diseño, así como por presentar áreas sumamente descuidadas aún en comparación con sus semejantes (Flappy Bird o Super Hexagon, por ejemplo), está destinado a ser una novedad con pocas posibilidades de capturar la atención de un videojugador dedicado, mientras ofrece relativamente poco al público de móviles que consume títulos de complejidad semejante.
Como decenas de otros contemporáneos, The Impossible Game pertenece a la reciente manía por el minijuego, es decir, juegos con un grado de complejidad tan elemental que incluso están por debajo del de Space War!, uno de los primeros de la historia. Considerado por algunos reseñistas como un fenómeno de marcado carácter regresivo, su reciente fama y las ganancias que ha generado se deben, en buena medida, a la migración del gran público a plataformas no dedicadas, como los móviles, en los que los controles de pantalla táctil imponen tremendas limitantes a todo tipo de complejidad en cuestión de inputs.
La mecánica básica es la siguiente: manejamos un cubo saltarín que recorre automáticamente un plano lleno de trampas (picos), barrancos y bloques plataforma. Para navegar las escenas debemos brincar sobre dichos obstáculos de la manera más precisa y eficiente posible, lo que conducirá a largas secuencias de elevada precisión donde un segundo de retraso en la reacción puede costarnos la vida. Existen 5 niveles: el original, Fire Aura, Chaoz Fantasy, Heaven y Phazd. Además del botón de salto, está la opción de plantar banderas como savestates y así poder practicar un segmento difícil hasta la perfección, aunque por supuesto, perdiendo el derecho a pasar el nivel. Los 5 escenarios de The Impossible Game están disponibles desde el inicio y hay un editor de niveles para aquellos que deseen crear redundantes infiernos personales para la comunidad.
En cuestión de estratégica hay poco, pero sí exige cierta capacidad de memorización y ejecución: a veces ciertos bloques sólo son accesibles si nos dejamos caer (lo que implica memorizar los puntos en los que un salto de más nos llevará a la muerte) y las secuencias más difíciles exigen anticipar enormemente los movimientos para poder reaccionar en el instante mismo en que aterrizamos en una plataforma. El mouse es el control óptimo por su breve tiempo de respuesta y la enorme cantidad de inputs rápidos requeridos en ciertos segmentos. En niveles más avanzados, el juego también se pone de cabeza durante algunas secciones, pero lo anterior sólo es un truco que no añade prácticamente nada nuevo a las mecánicas.
La presentación visual de The Impossible Game es descuidada y amateur: un feo fondo en degradado de color a negro que parece sacado de la edición 1995 de CorelDraw, bloques negros con borde blanco como obstáculo y un protagonista (un cubo naranja con degradado radial y borde oscuro) que por su esquema de color desentona en exceso para su simplicidad. Es cierto que un minijuego como éste no necesita una presentación visual elaborada, pero no podemos dejar de notar que, digamos, Super Hexagon intenta un tipo de estética arcade con referencias a Tempest y Flappy Bird al menos tiene el (paradójico) decoro de plagiar un lenguaje visual competente (Super Mario World). Aquí, en cambio, caemos en el mal gusto elemental y utilitario de una línea del tiempo de Flash.
La música es un apartado más o menos afortunado: ciertamente ayuda a conservar el trance del juego, pero no es la "impresionante banda sonora" (por esa descripción parece que hablan de Vangelis) que sus desarrolladores pretenden. A lo sumo, es la última y trasnochada canción que finalmente provocó la cancelación del Love Parade.
¿Cómo juzgar adecuadamente esta reciente oleada de minijuegos? ¿Es Flappy Bird un 10 de 10 por la adicción y el relativo buen ajuste de sus banales mecánicas? Al final, el problema es que el jugador experimentado siempre exigirá un poco más: novedades como Super Hexagon tomarán por sorpresa nuestras oficinas y teléfonos, convertirán a las personas a nuestro alrededor en zombies (aunque muchas veces eran zombies desde antes), y cosecharán hiperbólicas y oligofrénicas reseñas GOTY que nos harían creer que estamos ante el nuevo Tetris (y para esas mentes cualquier espantajo de un sólo botón es equiparable a Pac-Man o Tetris) para, tarde o temprano, ser condenados al olvido inevitablemente causado por su propia trivialidad.
The Impossible Game ni siquiera es un esfuerzo destacado dentro del ADN de mosca de fruta de sus congéneres: para ser una célula tan simple presenta muchos defectos y no es el más brillante ni el más atractivo entre estos monitores de signos vitales glorificados.
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