Hace casi 6 años, cuando todavía era joven, flaco y veía perfectamente bien, empecé a perder una de estas tres maravillosas cualidades. Poco a poco me di cuenta, mientras jugaba futbol, que ya no tenía la misma capacidad para calcular las trayectorias del balón, por lo que éste tendía a perdérseme súbitamente en algunos momentos. La solución como toda la vida desde que el hombre desarrollo tal tecnología, fue simple: conseguir anteojos. Sin embargo, no sabía que era el comienzo de una travesía cada vez más complicada.
Cuando después de un desafortunado incidente, tres años después de los sucesos anteriormente descritos, tuve que adquirir unos nuevos lentes, la señorita que me realizó el examen de la vista me presentó al que se convertiría en mi principal enemigo: el queratocono. No obstante, por desconocimiento, no actuamos como se debía. Lo dejé seguir su camino, y él se aprovechó grandemente.
Pasó año y medio en el que las tareas cotidianas cada vez se volvieron más complicadas: llegó el momento en que leer lo que los profesores escribían en el pizarrón era imposible, o caminar con cierta seguridad por las noches era una actividad que me era imposible. Visité por fin a un especialista que me dijo que mi problema podía solucionarse con lentes de contacto rígidos permeables al gas, pero no tenía mucha razón. Si alguien que lea esto conoce ese tipo de lentes, sabe que son la peor invención destinada al mejoramiento de la calidad de vida: incómodos e imprácticos. Los dejé de usar porque ni siquiera pude acostumbrarme a ellos.
Pasó el tiempo y solo hace seis meses, por consejo de mi cuñada, visité a una excelente oftalmóloga que me canalizó con una gran cirujana, que me advirtió del avance de mi enfermedad y las graves consecuencias que ésta tendría si no me realizaba una intervención para detenerlo. Me puse en sus manos y, por lo visto (pun intended), funcionó bastante bien. El progreso del problema cesó, pero el dañó ya estaba hecho. Había que buscar mejorar mi visión, ya deteriorada por los años de ignorancia e indecisión.
Y así es cómo llegamos a este momento, en el que el día de mañana me someteré a una operación de segmentos intracorneales para mejorar mi visión. Sin embargo, tengo muchas dudas acerca de cómo será mi vida de ahora en adelante.
Llevo casi seis años sin ver el mundo como de verdad es: con sus errores, sus cosas hermosas y sus muy variadas texturas; llevo años acercándome el celular a 15 centímetros de la cara, y otros tantos mirando por el filo de los anteojos para poder apreciar los detalles en las películas que veo. Han sido años de no poder encontrar cualquier cosa que pierda en la oscuridad, y de no poder reconocer ni siquiera a mi propia familia al tenerlos a más de 5 metros. Años de sentirme avergonzado al no entender algún texto visto en la calle, y de tropezarme a cada momento en las perfectamente diseñadas banquetas de la ciudad.
Tengo dudas de cómo será todo porque ya no me acuerdo cómo se siente cuando la vida está en alta definición. Me pone nervioso el darme cuenta que uno de los principales frenos en mi vida por fin va a dejar de ser una preocupación. Me emociono porque tengo la impresión de que será un cambio no sólo en cómo veo, sino en como veré el mundo de ahora en adelante. Por fin, después de una lucha lenta y dolorosa, estoy por decirle adiós a mi gran enemigo.
Tal vez, finalmente, sea momento de mirar lejos; muy lejos de aquí.
(Nota: si está muy mal escrito es porque nomás quería sacar lo que andaba pensado desde hace unos días. Lo siento).
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