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La vida pasa y no deja de sorprenderme lo mucho que los tiempos nos moldean. Los gustos cambian, las formas de pensar se superan, nuestras rostros no vuelven a ser los mismos. Pero, en mi específico caso, me intriga en demasía cómo las etapas de la vida le han dado forma a mi estilo literario. O de escritura, pues. Tampoco es como que sea muy bueno en esto.
Cuando inicié las entradas en este blog, era apenas un chamaco puberto, con ganas de vivir la vida y muchas experiencias frescas propias de la edad. Mis textos eran un desastre, pero eran divertidos, desinteresados y con una soltura que todavía no puedo igualar. Eran horribles, sí, pero se sentían ligeros. Esa ligereza se perdió junto con mis ganas de vivir, supongo ahora.
La preparatoria me obligó a cambiar las miras. Pasé de ser un irresponsable despreocupado, a ser un irresponsable siempre alerta. Escribir trabajos escolares en estos tiempos me era extremadamente fácil, porque el formato APA era un Pokémon desconocido para los docentes. Eso, o mis profesores siempre fueron unos fodongos. No ahondaré en ello. Como fuera, conservé un poco de esa libertad, pero el ascenso académico exige sacrificios. Y la balanza de la seriedad y la soltura se empezó a equilibrar.
En la universidad noté cómo todo el peso de mis textos se perdió en la sobriedad. Lo académico se convirtió en mi vida, y sin una estructura sólida, sin fuentes, sin formato, sin todas esas características que debe cumplir un texto en el medio universitario, nunca hubiera sobrevivido. (Esto es a título personal. Todos conocemos a licenciados que escriben como emos del 2007, tema que todavía me resulta increíble y que tal vez aborde en el futuro). Me adapté a costa de mi creatividad. Las letras que dejaba en cada ensayo, en cada investigación, eran cada vez más concisas, estructuradas y sobrias. Se murió algo ahí, en esa parte del cerebro que los artistas sí desarrollan.
Mi paso por la Administración Pública puso el último clavo en el ataúd. Redacción de textos informativos, informes ejecutivos, y traducción de noticias. Ahí, más allá de habilidades creativas, perdí un poco de mi humanidad. Mis escritos ahí estaban muertos, no transmitían nada más que los hechos del mundo. Sin color, sin sabor. Letras muertas como su escribano.
Pero las cosas cambiaron.
Hace unos meses se me presentó la oportunidad de escribir textos creativos de nuevo. Guiones, chistes, cortos, historias. Me sentí extraño. Tenía todas las herramientas, pero me faltaba algo, algo que perdí en el camino. Algo que se murió, se enterró, y que poco a poco se volvía uno con la tierra. Y tuve que intentar revivirlo.
Un par de meses después, las ideas fluyen, pero todavía les falta estirar. Se siente como volver a correr después de dejarlo por años, como intentar hacer arroz después de comer maruchan toda la carrera. Ustedes me entienden.
Pero al mismo tiempo se siente bien. Es otra oportunidad. Cuando la especialización reduce tu campo del conocimiento, tiendes a sentirte inseguro al lidiar con temas que se salen de ese espacio dominado. Escribir un guión fue un reto, pero si lo pude lograr a pesar de mi pasado, será difícil que algo me detenga. Y no tengo esa intención.
PD: Qué serias se sienten estas entradas.
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